por Rodrigo Illescas y Juan Manuel Hernández
Lo que cuenta son las pequeñas diferencias: las “ideas generales” no significan nada.
Esta primera frase nos llamó poderosamente la atención. No por ser reveladora de una gran verdad, o se centre sobre algo que no sepamos, sino porque la vorágine de lo cotidiano, a muchos, nos lleva a olvidarla.
Pero qué nos quiere decir más allá de lo que expresa directa y sencillamente.
Intentaremos desglosarla tomando como punto de partida el texto de Raul Beceyro, “El milímetro y la diferencia” de su libro Ensayos sobre fotografía, que la cita como epígrafe.
Beceyro elije la fotografía, “Pequeña tejedora…” de Hine, para realizar un análisis minucioso sobre los diferentes gestos o acciones que realiza el fotógrafo para manifestar “su opinión sobre el hecho real al cual se ve confrontado (una máquina enorme y dos personas trabajando) y, de esa manera, su concepción del mundo.”
Esto nos enfrenta otra verdad: en la fotografía todo es aparente. El lenguaje fotográfico enuncia desde el comienzo que su potencia radica en expresar subjetividades, mientras que denota una gran falencia en la muestra objetiva de la “realidad”. Lo único objetivo es el objetivo a través del cual se toma una fotografía. Es axiomático que el fotógrafo maneja subjetividades, y ni siquiera escribiendo el texto más detallado puede darle a la fotografía alguna certeza.
Entre el hecho real al cual se ve enfrentado el fotógrafo, su concepción del mundo y los gestos que realiza para registrar, están presentes los fundamentos del lenguaje que está utilizando.
La fotografía habla de subjetividad y el fotógrafo sabe entretenernos con esto. El romance entre la escena y el que toma la foto puede armar múltiples universos, sean estos conocidos o inéditos. Las decisiones se toman en ese segundo antes de presionar el disparados nos pueden abrir o cerrar infinidad de mundos, pudiendo, de algún modo, accionar sobre la interpretación del observador.
Beceyro dice sobre la fotografía de Hine: “Esos cincuenta centímetros que la cámara desciende comienzan a producir una transformación radical en el material que el fotógrafo tiene ante sus ojos…”
Esos cincuenta centímetros que la cámara desciende. Esos cincuenta centímetros que quedaron fuera del encuadre. Un paso atrás de la niña que la aleje cincuenta centímetros pueden transformarla en una simple observadora. Y hasta esos milímetros que la pequeña tejedora de Hine pudo haber levantado el mentón en un gesto de orgulloso para darle otro significado a la fotografía.
Entonces el milímetro hace la diferencia. La hace desde el punto de vista, el encuadre, la luz elegida, el plano, el foco, la posición de cámara, el lenguaje corporal, el revelado, etc, gestos que el fotógrafo elige poner en juego en cada toma fotográfica.
Hay infinidad de ejemplos (quizás por ser una de las cualidades intrínsecas del lenguaje) de escenas retratadas desde diferentes puntos de vista que muestran, feacientemente, como se le puede dar, al hecho real, un sentido diametralmente opuesto. Un ejemplo, que fue tapa de los diarios más importantes de habla hispana, es la fotografía que tomó el 5 de octubre de 1982, el fotógrafo Marcelo Ranea.
Mírenla por unos instantes. Póngale un título o un epígrafe. Después sigan leyendo.
Clarín publicó la foto en la tapa. “En la foto, un oficial de la Policía consuela a una de las asistentes”, enunciaba a continuación el texto.
El fotógrafo cuenta que, en realidad, en ese momento el oficial era increpado por las Madres: “Se produjo una escena de tensión entre Susana De Leguía, la madre que es abrazada, y el oficial Gallone”.
En la secuencia de fotos previas y posteriores, queda claro que el milímetro, si se nos permite la licencia poética de aplicarlo también a un plano temporal, hace la diferencia. Lo que cuenta son las pequeñas diferencias.
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